María Antonia Martínez Alonso es una economista española, que llegó a Guayaquil hace dos años, luego de que su esposo, Juan Luis Reca, empezara a trabajar en un banco de la ciudad.

Ambos son de León, el norte de España y su historia de amor es como de película. Se conocieron siendo jóvenes y se enamoraron mientras estaban en la universidad, aunque ella estudió en Oviedo y él, en Salamanca. Al terminar sus carreras, él se fue a California y ella se quedó en España. Tuvieron que pasar diecisiete años para que un funeral los volviera a juntar. El mismo año, ambos se habían separado de su primer matrimonio. Retomaron su relación y llevan juntos trece años.

Para Maria Antonia, el Bankers fue su primer contacto con los guayaquileños. Allí es donde hizo sus primeros amigos y quizás uno de los sitios que más frecuenta. Ella y su esposo viven a tres cuadras del Club, por lo que ir allí a almorzar, cenar o tomar una copa de vino, es algo que hacen con frecuencia. “A la mayoría de eventos del Bankers, venimos caminando, nos queda muy cerquita de casa”, dice. Además, a ella le gusta ejercitarse; asiste al gimnasio durante la semana, excepto el martes que va a nadar a una piscina olímpica en Samborondón. Asiste también a la peluquería con la mejor vista de Guayaquil, cada quince días y aprovecha para darse unos masajes con la experta del Club.

En España, María Antonia trabajó toda su vida. Desde que terminó la universidad hasta que decidió venir a vivir a Ecuador, por eso ahora, el hecho de tener tanto tiempo para manejar a sus anchas, le resulta absolutamente novedoso y trata de mantenerse ocupada. “De repente tener todas las horas del día libre, cuando antes yo trabajaba y tenía todas las horas del día ocupadas, me resultó difícil. Este segundo año estoy mucho más adaptada”, dice. Allá, su asunto eran las finanzas; acá procura hacer distintas cosas que le gustan. Una de ellas es el patchwork, una actividad que consiste en confeccionar piezas uniendo fragmentos de telas de diferentes tipos y colores. Con esta técnica se suelen hacer colchas, pero también se emplea para confeccionar ropa o cuadros. En su país, ella recibía clases para aprender a hacerlo mejor, acá, ella las dicta entre sus amigas. También disfruta leyendo —se mantiene muy enterada de todo lo que pasa en la política española leyendo varios periódicos al día— o yendo al teatro. Además, ahora es parte de un club rotario que desarrolla un proyecto que sirva a mediano plazo para los damnificados del terremoto de abril pasado y que permita capacitar a los pobladores más afectados para reconstruir las ciudades.

Uno de los primeros recuerdos que tiene en el Bankers es de una fiesta temática de los años ochenta, a la que asistió hace un par de años. “Acababa de llegar de un avión y fui directo allá; me lo pasé muy bien porque era toda la música de mis años de universidad, y la gente muy animada, todo el mundo bailando”, recuerda. Tan como en casa se siente en el Club, que fue parte de la organización de una cata de jamón ibérico que hicieron allí. “Salió muy bien y nos comimos todo”, cuenta riendo.

A María Antonia le gusta Guayaquil y le gusta la vida en el Bankers.  “Para un español no salir de casa es el horror, estamos acostumbrados a hacer la vida en la calle y esto nos viene muy bien porque nos permite salir de trabajar a tomar una cerveza. El restaurante está a tu disposición, sabes que es una buena comida”, dice. Cada vez que puede, viaja por Ecuador junto a su esposo. Ya han recorrido Quito, Cuenca, Machala, la Ruta del Spondylus… Pero aún tiene como pendiente Esmeraldas, a donde tiene ganas de ir hace mucho tiempo.

El Bankers es una especie de segundo hogar para esta española adoptada por el Club; allí todos la conocen y la tratan con familiaridad. Ella lo hace fácil con su sonrisa siempre amable, su soltura de palabra y su disposición natural a hacer amigos. Y aunque va a España cada dos meses, regresa a Guayaquil feliz, porque sabe que en el Bankers, siempre será tratada como en su propia casa.