Cada día, Viviana Cañas llega al piso 33 del Bankers Club, para instalarse ante una vitrina que le regala una vista privilegiada de Guayaquil. Allí, —al contrario de lo que es común en cualquier otra peluquería— puede resultar más agradable trabajar de espaldas al espejo para ver, a través de la ventana, todo el centro de la ciudad.
Vivi tiene 27 años y lleva seis como estilista del Club. Aunque es muy joven, su experiencia es amplia, pues empezó siendo apenas una adolescente; tenía quince años cuando decidió estudiar en la Academia de Belleza Ecuador, en donde aprendió todo lo que se necesita saber sobre la técnica. Antes de cumplir la mayoría de edad, Viviana ya trabajaba en la peluquería que su mamá instaló para que pudiera poner en práctica sus habilidades con las tijeras.
En el Bankers, su trabajo cotidiano es cortar el cabello a los socios, la mayoría caballeros, y esa labor silenciosa que al inicio le parecía casi mecánica, se ha convertido en el arte del aprendizaje constante. Cada cabeza es distinta, cada cliente tiene su propio estilo, cada uno espera que ella se ciña a lo que le gusta. Y ella ha aprendido a conocerlos. Sabe qué espera cada uno al salir del salón.
El mundo de la estética le ha gustado siempre, pero su avidez por aprender le llevó a estudiar Comercio Exterior, carrera de la que se graduó en febrero de 2016. Ella lo cuenta con orgullo, porque el camino se hizo más largo para ella que para otros estudiantes, pues mientras estudiaba tenía que trabajar, y criar a su pequeño hijo, hoy de dos años.
A esta entusiasta joven, se la encuentra en la peluquería del Bankers, de lunes a viernes a partir de las doce y media del día, hasta las nueve de la noche. Hace un trabajo que disfruta, y eso es un privilegio. Siempre tiene una sonrisa, que adorna su rostro juvenil, y resulta una combinación perfecta para su chaleco azul sobre la camisa blanca: el uniforme impecable.
En los años que ha trabajado en el Club, ha ido acumulando gratos recuerdos. Lo siente como su propia casa. Allí pudo conocer al alcalde Jaime Nebot, recuerda, y esa le parece una anécdota alegre. También recuerda con inmenso cariño a uno de los socios más queridos, Luis Chiriboga, quien falleció, pero de quien guarda la imagen de un hombre risueño, conversón y alegre.
El embarazo de su hijo también lo pasó en el Club. Era un tiempo tranquilo, en el que sus compañeros y sus clientes se preocupaban por ella, por saber cómo estaba, por preguntarle por su hijo. Esas pequeñas cosas han convertido a su sitio de trabajo, en un lugar de paz, en el que disfruta estar. Y los socios lo sienten cada vez que ella los recibe con su voz amable y su rostro feliz.