Fabricio Reshuan y Chantal Nader se enamoraron cuando ella tenía 17, y él 18. De eso, han pasado 25 años. Su boda, en agosto de 1997, fue una de las primeras en celebrarse en el Bankers Club y aunque han pasado ya más de 18 años, los recuerdos permanecen.
La fiesta que se celebra luego de una unión matrimonial es una tradición religiosa, que hoy se aplica también en los matrimonios civiles. Se dice que en el siglo I, Evaristo -Papa y mártir católico nacido judío pero convertido posteriormente al catolicismo- fue el primero en ordenar la celebración del sacramento del matrimonio de forma pública. Desde entonces, familiares y amigos, se reúnen a celebrar este ritual con bebida, comida y baile.
Los padres de Chantal -socios del Club casi desde sus inicios- decidieron organizar el matrimonio de su hija en el Bankers, con 500 invitados. Muchos de ellos vinieron de otros países para unirse al festejo y se quedaron impresionados con la impactante vista de Guayaquil que ofrecen los ventanales a la salida del salón de eventos.
“Lo atractivo del Bankers es que su decoración es tan linda y elegante que no necesita inversión extra para un montaje adicional”, dice Chantal, quien recuerda su boda como una gran fiesta.
En Guayaquil es poco usual hacer un matrimonio a las seis de la tarde, pero Chantal así lo quiso, pues quería que la fiesta fuera larga y divertida. Y en los salones del Bankers, sus invitados bailaron hasta las cinco de la mañana del día siguiente. “Estar ahí era como estar en casa”, dice. Y recuerda que el calor de los espacios, el menú que sirvieron y el servicio de los empleados, hizo sentir a todos tan cómodos y alegres, que no se querían ir.
Hoy, Chantal y Fabricio tienen dos hijos; Nicolás de dos años y Sebastián de cuatro, y aún frecuentan el Club, pues él se hizo socio. Y es casi una tradición familiar, pues su hermana también se casó allí y hace pocos meses celebraron la primera comunión de su sobrino, en los mismos salones en que ambas hermanas, recién casadas, bailaron hasta el amanecer.
En las fotos de su boda, Fabricio y Chantal posan junto a un pastel de cinco pisos, decorado con flores blancas y lazos en los bordes. En otras, aparecen, sonrientes ante el ascensor que se abre; hay unas en las emblemáticas escaleras que parecen subir al cielo, y otras en plena pista de baile.
Ambos siguen frecuentando el Club; van al bar, a cenar o al gimnasio. Aún se sienten como en casa y aunque los años han pasado, y en las nuevas fotos de la pareja, ya no son solo dos, sino cuatro -con sus pequeños hijos-, los recuerdos de su matrimonio perfecto, permanecen imborrables.