Stéphane Richard, el Chef del Bankers, supo —desde muy niño— que dedicaría su vida a la cocina. Tenía trece años (había nacido en Bourg-la-Reine, a siete kilómetros de París, el 26 de diciembre de 1966) cuando —sin dejar espacio a la réplica— les anunció a sus padres que sería cocinero. Cambió el formato tradicional de estudios para un adolescente de su edad por uno que le permitía aprender gastronomía en la mañana y recibir las materias típicas del colegio en la tarde.

El hogar —la cocina— de Richard ha sido el mundo: Barcelona, Las Canarias, Cuba y Ecuador. Pasó, además, cerca de dieciocho meses navegando por el Océano Índico en un buque de guerra, en los años ochenta. En todos estos rincones del planeta, cocinaba. Vive en Guayaquil hace quince años y trabaja en el Bankers hace seis. Allí, su cocina es un laboratorio. Lo que más le gusta es hacer salsas —en el Club, hay más de cuarenta— pero es lo más complicado, dice. “Lo importante es que la asociación de sabores funcione”.

En la cocina se siente cómodo, pero conoce la importancia de salir de ella. Para poder crear diferentes recetas, para causar sensaciones nuevas con los sabores, un cocinero tiene que dejarla de vez en vez. “Un chiringuito puede ser un lugar muy interesante, te puede dar una visión distinta sobre cómo hacer un mismo plato” —dice Stéphane, con su acento francés profundamente marcado, usando una palabra que en el Perú se utiliza para nombrar a las fondas populares, esas que en el Ecuador se conocen como huecas.

Para Stéphane —uno noventa, ancho, imponente— su equipo de trabajo es lo primero. Tiene que haber ganas, tienen que querer hacer las cosas. El resultado del conjunto es la suma de las voluntades individuales. La armonía entre quienes participan en la creación de un plato, se sentirá en el paladar de quien lo saborea, explica mientras sus manos grandes se mueven con rapidez mientras pica una cebolla o decora un plato. “El que cocina tiene que estar contento para que el comensal esté contento” dice, con una seriedad que parece contradictoria con la premisa, pero que es —en realidad— una forma de respeto hacia su profesión.

Un cocinero nace perseverante y testarudo. Dos características que para Stéphane son cualidades, nunca defectos. Ambas le han permitido inventar, explorar y descubrir que las mejores recetas son las que estimulan la curiosidad. Curiosidad por nuevos sabores, por nuevas texturas, por nuevos olores, por sensaciones nuevas. Y en el Bankers Club, esa firma personal y novedosa, se encuentra en cada plato.