Rómulo Parrales es quizás, el mensajero más elegante de Guayaquil. Anda a un paso apresurado, con su traje azul, de pantalón y chaleco, camisa blanca y corbata a rayas. Sus zapatos negros están perfectamente lustrados. Él es también, el empleado más antiguo del Bankers Club. Su trabajo inició cuando el sueño de tener un club empresarial aún se estaba construyendo – literalmente-.

A sus veintiún años, Rómulo trabajaba como mensajero de una de las empresas que construía el edificio en el que se instalaría – más tarde – el Bankers Club. Cuando supo que el nuevo club necesitaría personal, dejó su carpeta, y esperó. Lo llamaron un 24 de diciembre, hace más de veinte años y de un día para el otro, cambió de trabajo. Desde allí, vio cómo se terminaban de construir y adecuar las instalaciones, que en esa época estaban en el piso 21.

Recuerda cómo se iba armando los pisos, las paredes, la madera, la decoración, mientras él entregaba documentos de un sitio al otro. Su trabajo se desarrolla alrededor del casco comercial. Cuando se requiere la entrega de paquetes más lejos, tiene el apoyo de un courrier. Todos en el barrio ya lo conocen; las cajeras y los guardias de los bancos, los otros mensajeros, las recepcionistas de las oficinas, pues todos los días se mueve con agilidad de un sitio al otro.

Reconoce que la tecnología ha reducido el volumen de entrega de documentos. Antes había que hacer firmar muchos documentos y todo era un trámite personal, dice. Hoy, gran parte de la antigua correspondencia, se puede resolver con el internet. “Todavía hay correspondencia que necesita sellos”, cuenta, con una sonrisa. Hoy, Rómulo tiene 43 años y está casado hace quince. Tiene dos hijos, Éric de 14 y Romina de 6. Su esposa, Jessenia, es de Manabí y trabaja haciendo el recorrido de un colegio. El empleado más antiguo del Bankers disfruta su trabajo.

Lleva veinte y tres años como mensajero y lo hace con agilidad. Lo que más le costó al inicio, fue acostumbrarse a su chaleco, se lo desabotonaba por el calor. “Mi antiguo jefe me abrochaba cuando me veía y me decía: ya te vas a acostumbrar”, recuerda sonriente. Y así es. Hoy, no hay mensajero que lo iguale en elegancia.

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